Cuento: "Yo soy el robot" de Gianfranco Pérez
Título: Yo soy el robot
Autor: Gianfranco Pérez Orellana
Categoría: 1ro-3ro de secundaria
Colegio: San Martín de Porres
Yo soy el robot
Sonó el despertador. Me había despertado y levantado de mi cama con mucha extrañeza. Noté que estaban prendidas las luces, sentía que era de noche y escuchaba voces fuera de mi habitación. Me dije a mí mismo vacilando: “¿Ya es hora de ir al colegio?”, y me cambié con el uniforme del colegio. Salí de mi habitación y mi mamá me dijo que por qué me había cambiado con el uniforme, si todavía era las 2:30 a.m. Volví a dormir con una sensación de que ya todo tenía sentido.
A las 7:00 a.m., esta vez sí tenía que ir a la escuela. Me cambié, tomé mi desayuno, me cepillé los dientes y me fui directo a la escuela. Desde el primer bloque de estudios estaba “muriendo” de sueño. No sabía qué hacer, quería que la llegara el recreo, o mejor, la salida para poder descansar, aunque sea una hora. Mi concentración a las clases aquel día, que era jueves, era totalmente nula. Después de merendar y de salir al recreo, tuve una clase e la que mucho tiempo no venía al profesor, así que aproveché para dormir un rato. Al cabo de cuarenta minutos, ingresó el profesor encargado de todos los horarios de los grados de secundaria para informar que el día siguiente se pondría en el horario de 1ro de secundaria el nuevo curso de robótica. Yo no atendí nada de lo que decía, porque permanecía dormido y no me había enterado de que el día siguiente tocaba robótica y que era necesario traer un cuaderno de 50 hojas forrado de color rojo. Tocó el timbre de la salida y me fui rápidamente para después asistir a círculo de matemática. En dicho círculo tenía un poco más de energía para atender la clase y conversar con mis amigos cuando sea adecuado.
Uno de mis compañeros me dijo que si ya había forrado el cuaderno de robótica, yo no tenía idea de lo que estaba hablando, así que le pregunté de qué cuaderno hablaba. Al enterarme de todo, saliendo del colegio me puse a forrar el cuaderno de color rojo, poniéndole de caratula el nombre de Robótica y mis datos. Como mi compañero es distraído, no escuchó que se tenía que traer un boceto de cualquier robot. Él día siguiente, en el bloque de robótica, el profesor pidió los cuadernos forrados de rojo y los bocetos de robots. Yo era un alumno aplicado, me ponía nervioso cuando un profesor pedía que presentáramos una tarea que yo no había hecho. Igualmente ocurrió con el de robótica: le dije que no sabía que se tenía que dibujar, y me dejó un día más para presentar.
De tarea dijo que cada uno debía encontrar un prestigioso ingeniero para que elabore el diseño del robot. La tarea se tenía que presentar después de 4 meses. Me comencé a preocupar porque no conocía a ningún prestigioso ingeniero. Luego de un mes no conocía alguna empresa de ingenieros, aunque mi mamá estuvo intentando buscar hasta hace una semana. Finalmente, logré conseguir con la ayuda de mi madre a un ingeniero que vivía demasiado lejos de mi casa. Le comenté de qué se trataba la tarea y dijo que me apoyaría dentro de una semana. Así lo hizo, trayendo unos materiales metálicos y explicándome cómo yo elaboraría un robot. Todos los días asistía a mi casa para explicarme sobre la elaboración del robot y hacer una parte de él. Cada vez que me explicaba, mi atención era totalmente disponible para él, de esa forma de aocordaría del procedimiento pasado, y así sucesivamente. Todo iba bien con el ingeniero, hasta que dejó de venir. Pasaban los días y días y yo no sabía nada de él, entonces se lo conté a mi mamá. Ella me dio su número telefónico, pero no con testaba. De modo que dejó de ayudarme, yo mismo estuve colocando las piezas restantes con mi propia inteligencia y un tanto de conocimiento que me dio él. Cuatro horas le dedicaba en hacer el robot cada día de la semana. Fue impresionante cómo me acordaba de todo lo que me había dicho el ingeniero. Bueno, pero utilizando mi alto nivel intelectual. Ya le estaba dando forma al robot, sin embargo, no tenía suficiente idea para darle inteligencia. En fin, le puse algunos cables y apliqué todo lo que me indicó el ingeniero para darle un cerebro que ni yo sabía la cantidad de inteligencia que tenía ni la actitud que controlaba, y logré construirlo.
Tenía dos botones: uno para activarlo y otro para desactivarlo, AL presionar el botón de activar, todas las piezas de él comenzaron a moverse, pero no como lo pensaba, así que le hice algunos retoques y se arregló definitivamente. Faltaba tan sólo una semana para la entrega del robot y empecé a convivir con él diariamente en la casa.
En vez de usar el despertador que compré en el supermercado, le puse uno a mi robot. Cuando iba a ir al colegio, él también quería ir, cuando hacía mis tareas, él quería resolverlas todas, lo que sería beneficioso para mí. Aquel robot que yo mismo había construido, con la ayuda del ingeniero, tenía las mismas actitudes que yo, parecía mi clon. Se había convertido en mi mejor amigo, estaba siempre a mi lado; no obstante, me parecía muy extraño de que tuviera muchas cualidades semejantes a las mías.
Llegó el domingo, un día antes de la entrega de los robots. Yo no le había comentado nada a mi robot-amigo, pero no era necesario decírselo, porque podía desactivarlo. De todos modos se lo conté para su interés de que iba a ser exhibido por todos mis compañeros de clase. Él, como es muy atento, escuchó todo lo que le dije y me respondió que cuando lo presente, que no toquen ninguna de sus piezas, yo le hice caso. El lunes me despertó él sin usar su despertador, y dijo que me apure para que lo demuestre a la clase. Estuve como diez minutos parado, hasta que uno de los alumnos presionó el botón de activar, aunque él me dijo que no dejara que nadie moviera algunas o todas sus piezas. Fue un momento difícil, pero todo se mejoró cuando él mismo dijo que yo había pedido ayuda a un ingeniero para que me ayudara. Sin embargo el ingeniero dejó de asistir y el robot añadió que fui yo solo quien utilizó el conocimiento, la inteligencia y el esfuerzo para lograr su construcción.
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